Hace tiempo que reflexiono sobre cómo, en los últimos años,
el mundo laboral comenzó a percibir a los errores y los fracasos de una forma
distinta, más empática y compasiva. Esto no siempre fue así. Aunque todavía
queda mucho por recorrer, creo que vivimos en una época que contempla las
equivocaciones y permite que nos desempeñemos con mayor libertad, sin tantas
ataduras o corsés profesionales.
Muchas veces me preguntan cuánto margen existe hoy en las
grandes organizaciones para tomar riesgos y desarrollar ideas disruptivas. En
Bayer trabajamos todos los días para promover la innovación, un pilar fundamental
que muchas veces requiere explorar caminos desconocidos y tomar decisiones con
destinos inciertos.
Como líder, siempre busco entregar confianza a mi equipo
para que tengan la libertad de “pensar fuera de la caja” y proponer ideas
innovadoras, desde otras perspectivas. Debemos pasar de una cultura que sólo
celebra los éxitos a una que también permite y acepta los fracasos (fallar de
manera controlada), porque equivocarse es parte del aprendizaje y del camino al
éxito. El desafío está en no frustrarnos cuando las cosas no salen como
queremos.
Estoy convencido de que nuestros fracasos y errores son los
que, a la larga, nos posibilitan enriquecernos con nuestras experiencias; la
resiliencia ante el fracaso nos permite extraer valor, nos fortalece y también
nos ayuda a seguir aprendiendo. Creo que es fundamental adoptar una actitud de
eterno aprendiz con nuestros compañeros, clientes, jefes -buenos y no tanto-
porque por mucho que ya hayamos avanzado, siempre queda un largo camino de
aprendizaje por delante.
Tener presente que muchos errores no son irreversibles
también nos ayuda a darlo todo en cada tarea o proyecto, a no autoimponernos
frenos o trabas. Aun dando lo mejor, es normal que cada uno de nosotros tenga
momentos de vulnerabilidad, o que nos topemos con imprevistos o situaciones
indeseadas.
Además, ¿no debería generarnos preocupación no equivocarnos
jamás? El que no falla y no comete errores es porque prueba poco. No
equivocarse nunca es consecuencia de no tomar riesgos, de no animarse a innovar
o de desempeñarse en el trabajo con excesiva comodidad. Claramente, si no nos
animamos a salir de nuestra zona de confort y probar cosas diferentes nunca
seremos disruptivos en nuestro negocio. Por eso, para mí el fracaso es “no
intentarlo”; pese a las equivocaciones debemos aprender a tomar riesgos.
Por otro lado, cada vez que nos equivocamos tenemos la
oportunidad de evaluar el error y hacer las modificaciones o ajustes necesarios
para no volver a cometerlo. A nadie le gusta tropezar dos veces con la misma
piedra, ¿no?
En mi caso personal, las experiencias más arriesgadas fueron
las que me permitieron desarrollarme más y los mayores fracasos fueron los
mejores aprendizajes para madurar como profesional y como persona.
Cuando viví en Singapur, por ejemplo, trabajé con personas
de culturas muy diversas (de 11 nacionalidades distintas, de todos los
continentes) en un contexto de negocio en el cual las cosas no salían del todo
bien. Sin embargo, me di cuenta de que el idioma era sólo el 5% del problema;
el 95% restante era entender cómo pensábamos cada uno de nosotros y por qué
actuábamos como actuábamos. Tener esa empatía fue un gran desafío y me dejó un
enorme aprendizaje.
¿Qué podemos hacer los líderes de organizaciones para
incentivar la toma de riesgos en nuestros equipos de trabajo? Lo primero es
generar un ambiente de confianza que fomente la creatividad, la inclusión y la
experimentación en nuestros colaboradores. También es importante armar equipos
con personas diversas, de diferentes entornos y experiencias variadas. Y, por
último, creo que es fundamental contar con gente de naturaleza disruptiva, que
nos desafíe como líderes a animarnos a explorar nuevos caminos, desconocidos, y
a veces, incómodos.
Autor: Juan
Farinati, Presidente & CEO Bayer Cono Sur
Fuente: Linkedin
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