El ministro Caputo lo dijo claramente: no estaba anunciando un programa de estabilización sino un “paquete de medidas de emergencia”. Las iniciativas complementarias que se fueron conociendo en las horas siguientes referidas al plano fiscal, cambiario y monetario confirmaron que el ministro estaba en lo cierto: el paquete de medidas lejos estaba de constituir el plan de estabilización que la Argentina necesita como el agua desde hace tiempo.

 

El paquete se quedó corto en dos condiciones que son cruciales para estabilizar: coordinar las expectativas del sector privado en un escenario de mayor previsibilidad y garantizar que los efectos distributivos del ajuste no erosionen la gobernabilidad del proceso.

Sin coordinación de expectativas las señales de precios en los mercados no funcionan y sin consensos mínimos es difícil viabilizar reformas.

 

El gobierno privilegió atacar las urgencias, probablemente anticipando que, gracias a los beneficios de un tratamiento de shock, más adelante estarán dadas las condiciones para avanzar en la estabilización y las reformas.

 

El desfiladero que se eligió transitar es angosto y difícil: los beneficios pueden ser altos pero los riesgos también lo son.

En términos sintéticos, se podría decir que el pragmatismo manda.

Manda la regla de Deng Xiao Ping, el gran modernizador de China: no importa el color del gato, lo importante es que cace ratones.

Lo urgente es desactivar los desequilibrios macroeconómicos más acuciantes de cortísimo plazo en el plano fiscal y en los mercados monetarios y cambiarios.

 

Para llevar adelante la tarea, se recurrió a una mezcla sui generis de instrumentos ortodoxos y heterodoxos de política económica.

 

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Fuente: ABECEB

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